Por un par de puchos
- ¿Tienes un pucho? -preguntó “El Bicho” Vicente a su amigo Alejandro. Estaban sentados en la solera de la platabanda del centro de la calle, capeando el calor inusualmente intenso para estar a mediados de agosto.
-No hueón, no tengo ni una hueá -contestó, con gran hastío marcado en sus palabras. Su cara cambió rápidamente de un puchero a una sonrisa traviesa cuando se le ocurrió algo al ver el negocio que estaba a unos veinte metros -. Oye, ¿y si vamos a visitar al casero?
- ¿No será mucho ya, hueón? -preguntó El Bicho, tras reírse estruendosamente a la vez que aplaudía -. Un día se va a chorear y va a comprar una escopeta y te va a reventar la raja.
-No pasa na’ hueón. Ese perkin qlo no toma ni una pistola de agua. Vamos, yo te invito el pucho.
Se levantaron mientras Vicente volvía a reír estruendosamente. Se sacudieron sus traseros para quitarse el polvo de la solera y caminaron hacia el negocio.
-Buena, Don Sergio. ¿Cómo estamos? -la entrada de Alejandro fue ceremoniosa, como solía serlo. No había nadie más en el negocio y, a pesar de que no solía fijarse antes de entrar, es como si tuviera un sexto sentido para percatarse cuando era el momento correcto para hacer su movida.
-No me hueí que de nuevo vienes a pecharme algo, Ale -respondió Sergio, mientras trataba de esconder los billetes grandes en un hoyo secreto detrás del mostrador.
-Pero no sea así, Don Sergio. ¿Si hace cuánto que venimos a comprarle a usted? Desde que yo era chico que mi mamá me mandaba pa’ acá a comprar.
-Si po’, a comprar. ¿Y hace cuánto que no compras? Te dedicas a puro pedir fiado o a pechar. No soy na’ el tatita Estado para andar dando todo gratis.
-No empiece con sus hueás de facho po’, Don Sergio. Suéltese unos cigarritos no más, si es pa’ calmar la ansiedad, ¿no cierto Bicho? -pregunto Alejandro, a lo que Vicente respondió con una risa contenida mientras asentía.
- ¿Y ansiedad de qué, Ale? Si lo único que haces todo el día es andar vagueando.
-Ya po’, Don Sergio. Si que le cuestan un par de cigarritos. No va a perder a clientes de toda la vida por dos puchos.
El dueño del negocio torció una mueca mientras se acercaba al dispensador de cigarrillos, a su lado y algo oculto de la vista de los clientes, tenía una pequeña repisa con los paquetes abiertos pues era ilegal venderlos por unidad.
-Ya, ahí tienes. No me pidas encendedor porque no tengo -escupió mientras dejaba los cigarros con fuerza en el mostrador. Alejandro los tomó y le pasó uno a El Bicho. Los encendieron dentro del local a pesar de las protestas de Sergio con unos fósforos que siempre llevaba encima Vicente y se quedaron en su sitio. Alejandro se inclinó sobre el mostrador, con una cara seria que puso a Sergio nervioso.
-Pásame los billetes que guardaste en ese hoyo -dijo entre dientes, mientras señalaba con el dedo índice de la mano izquierda. Su voz ya no tenía el tono amigable de siempre.
- ¿Qué billetes? -balbuceó el dueño de la tienda.
-Esos que escondiste cuando entramos, ¿o crees que soy hueón? Pásalos luego viejo culiao o si no te saco la chucha.
Sergio sintió cómo sus fuerzas lo abandonaban; sabía que no tenía sentido pelear y que Alejandro Molina no estaba bromeando. Lo conocía desde hace muchos años y sabía perfectamente cuando hablaba en serio y cuando no. También sabía que andaba metido en tratos de drogas y no le sorprendería que escondiera una pistola debajo de su holgada ropa. No podía arriesgarse a pelear por las lucas y dejar a María y a las niñas pagando una hospitalización o, peor, un entierro.
-Toma -dijo Sergio tras sacar los billetes del agujero -. Ahora, váyase por favor.
- ¿Vio caballero como sale todo bien si me hace caso? -el semblante de Alejandro había vuelto a ser el mismo tan rápido que eso espanto aún más al dueño de la tienda -. Ya, chao. Ahí nos vemos.
- ¿Oye y que hueá? ¿Ya le habías robado antes al viejo culiao? -pregunto El Bicho apenas salieron. Tiró la colilla al suelo.
-No, hueón. Pero siempre hay una primera vez pa’ todo -respondió Alejandro, con su tono picarón de siempre. Vicente rio estruendosamente mientras enfilaban calle abajo.